sábado, 13 de julio de 2019









El Museo del Juglar es un nuevo espacio virtual que reúne fondos dedicados a la memoria del juglar y a las manifestaciones artísticas relacionadas con la épica oral medieval, la música, el origen de las lenguas romances, la dramaturgia, los mesteres de clerecía y cortesía, las ficciones caballerescas, la picaresca y por ende extensible a cualquier expresión cultural legada por el juglar desde sus orígenes hasta nuestros días.
Es el primer proyecto a nivel mundial dedicado a la divulgación de un conjunto de referencias que destacan la importancia del juglar en la historia de la humanidad pero además es un espacio de gestión, creación y promoción de actividades culturales y educativas  ofrecidas regularmente en programaciones, así como de exaltación de efemérides, acontecimientos y anécdotas.
El Museo del Juglar cuenta con más de 2.000 piezas literarias, musicales, teatrales, iconográficas y de indumentaria provenientes de más de 60 países como señas de identidad los diversos actores culturales del Medioevo.
Cinco colecciones generales agrupan la totalidad de los fondos del Museo del Juglar, que reúne de forma heterogénea y  comparativa lo relativo al fenómeno universal de la juglaría: producción literaria, organología, representación iconográfica, prendas de vestir, cinematografía, circo, música, partituras y patrimonio oral recuperado.






Al pacificarse las fronteras de los reinos cristianos, al condescender la casta guerrera al ocio y la vida muelle de la corte, la cultura ocupó un lugar importante en la vida de defensores y de oradores. Los juglares con más inspiración poética y musical, aquellos que litigaban por diferenciarse de aquellos más mundanos, arrendaron su música a los cortesanos ilustrados, a los clérigos poetas. Buscando una soldada regular en una corte que pierde interés por los largos e impersonales poemas heroicos anisosilábicos, gastados los impromptus juglarescos, el juglar encontró una nueva ocupación a su talento. Se evitaba, así, por un lado, la tarea de la composición "sin pecado y a sílabas contadas", ya que el clérigo y el trovador le proporcionaban composiciones impecables -formal y moralmente- y puede que, incluso, la tonada de las mismas. Por otro lado, eludía la mímica, el gesto y la impostación vocal, condiciones heredadas del mimo grecolatino que nada o poco tenían que ver con la lírica y el canto. Eran conocidos por su especialidad. Los juglares que cantaban con instrumento eran juglares de boca o de vozde péñola, los que escribían poesías para sí o a petición; violeros, los que tañían la viola; cítolas, los que tañían la cítola; así tenemos roterostrompeterostamboreros, etc.,


Respecto a los juglares que optaron por la música instrumental, eran legión los que se daban cita en bodas y celebraciones cimeras. Cuenta Ramón Montaner que en la coronación del rey aragonés Alfonso IV había más de 300 pares de trompas…
Juzgamos por ello bien vestido al juglar lírico, al ministril y al segrer, orgulloso de su oficio, digno de interpretar a la vihuela o al laúd sus propios versos  o los del trovador. Los fondos del museo exhiben varios trajes de juglar lírico compuestos por boina con camafeo y pluma, cendal, jubón ceñido en la cintura con mangas al estilo florentino, cinturón con faltriqueras y canutos, calzas a juego con la boina y la capa que cae hasta la pantorrilla, botas de piel curtida, a veces, hasta la rodilla, otras, hasta la pantorrilla.


 Dentro de los juglares de péñola tenemos un único y maravilloso ejemplo en la lírica galaico-portuguesa, los segreres: juglares compositores, trovadores ajuglarados, poetas líricos que tañen instrumentos cuya etimología hay quien la deriva de hombres del siglo, por sus costumbres mundanas, y quien de zejeleros, por la influencia arábigo-andalusí. Conviene recordar que para el trovador tañer un instrumento era un acto innoble.
Los juglares líricos al servicio de poetas rompen con el impersonalismo de los juglares épicos y comunican al público el nombre del autor de los versos que cantan, reivindican para sus señores la autoría de las obras que interpretan.
Creció tanto la fama y prestigio de los trovadores que incluso se les llegaron a atribuir composiciones ajenas. No olvidemos que durante mucho tiempo se adjudicaron a Alfonso X de Castilla el total de las Cantigas de Santa María y a Enrique VIII de Inglaterra la balada Greensleeves.


Los juglares líricos viajaban por las cortes y sedes nobiliarias en pos de fortuna. La movilidad seguía formando parte de su viejo mester.
Recoge Manuel Milá y Fontanals en su obra Los trovadores en España el feliz  testimonio de Ramón Vidal de Bezaudun, quien declara que un día vino a verlo un alegre juglar, que después de cumplimentarlo le hizo saber que era un hombre entregado a la juglaría de cantar, de decir y contar romances, nuevas, saludos, cuentos famosos, versos y que llevaba en su repertorio canciones de Giraldo de Broneil y Arnaldo Maruelh, versos y lays de otros, que resabiado del trato recibido en la corte había pensado retirarse, pero que, antes, había querido conocerlo. ¿Buscaba este juglar ponerse al servicio de Bezaudun o quería que lo surtiera de repertorio?
Pronto las nobleza y el clero se vieron desbordados por un ejército de juglares a los que alojar, alimentar y vestir. Se habían convertido en pequeños ministrantes, servidores, ministriles.
Bertrán de Born delata en un serventesio el malestar reinante entre los juglares del rey Alfonso II de Aragón, quien había recompensado sus servicios con trajes verdes y azules, quien incluso les había dado algunas monedas, pero les había traicionado entregando al juglar Artuset a los judíos por dinero.


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Ioculatore jaculator, en latín medieval; joglarxoglarxograryuglarjogral en la Península Ibérica; juglerjuglerrejunglurjugleorjongleurjougleurjonglerjogléeurjonglierrejanglerrejongléor en los territorios franceses; jullaregiullare en Italia y jugglar en Bretaña. Así registraron la voz juglar cronicones, cantares de gesta y todo tipo de documentos medievales. En 1047 se instala la palabra juglaren la Península Ibérica, 150 años antes que la palabra trovador. Estos juglares recorrieron las cortes europeas durante siglos en busca de remuneración, propagando y gestando largos poemas épicos, los cuales se conservan íntegros y fragmentados, en estado oral y escritos, en crónicas latinas o en romances; su rudimentaria pero briosa literatura fue compartida por los diversos reinos cristianos y fraguó sus idiomas.


No carecieron de cultura. Si bien la época de autarquía y de inestabilidad que les tocó vivir no los eleva al nivel de los aedos griegos, los juglares le dieron a la lengua romance la dimensión de anales y memorias en verso del pueblo. Olvidaron la lengua de sus antepasados, bárbaros de la frontera del este, que se lanzaban a la batalla entonando horrísonos cantos de guerra y cantaron sus glorias en un idioma en desarrollo. Aquella tradición de los bardos, escopas y escaldas periclitados se renovó en el juglar y su voz fue escuchada por toda la sociedad medieval desde el rey hasta el campesino.
Los juglares, como los antiguos poetas germánicos, acompañaban a sus reyes en la batalla, combatían por la victoria y en los asuetos que daban los sitios, las acampadas y los cercos, en  el real y entre la tropa, movían, deleitaban y entretenían con luengas epopeyas.
En el siglo XI el poeta anglonormando Wace describe la derrota sajona ante la invasión normada de Guillermo el Bastardo. Si creemos la crónica de Wace, la batalla la inicia un juglar: Taillefer, que, en palabras de Borges, entró cantando en la batalla Hastings La canción de Roldán y presintió la inminente victoria. Taillefer -un buen cantante- cabalgó junto al duque cantando versos de Carlomagno, Roldan, Oliveiros... y le pidió en pago de sus servicios la merced de asestar el primer golpe. El duque se lo concedió. Taillefer, haciendo malabares con su acero, dio muerte por la espada y por la lanza a dos ingleses antes de caer en combate.


Los juglares eran ubicuos. Actuaban en banquetes regios, en plazas aldeanas, a caballo en la batalla, en los templos piadosos. Sus cantares llegaban a todas las capas y estratos de la sociedad. Pusieron la primera piedra del edificio de la literatura en lenguas no latina, versificando impersonal y mentalmente cantos, gestas, epopeyas.
Además, los juglares medievales integraron elementos del mimo romano a su técnica de interpretación, que ya contaba con el apoyo musical. El misterioso epitafio atribuido a un tal Juglar Vitalis, que vivió en el siglo IX, sea verdadero o no, aporta un interesante testimonio. Vitalis asegura que el día que le sobrevino la muerte, ésta se llevó con él a todos sus personajes a los cuales daba vida mediante el gesto y la palabra.
Nos imaginamos al juglar épico vestido a la usanza de un guerrero del siglo XI, apercibido para el viaje, con sombrero de cuero, sobrevesta blanca, calzas y mayas azules, sandalias. Lleva una viola o laúd en la mano.


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El trovador, poeta culto que frecuentó la lectura y ensayó el latín, movido por el deseo de agradar, de influir y de ser celebrado, decide ser literato en lengua romance. Sabía que los juglares eran los dueños de una red de oralidad literaria; sabía que eran los distribuidores y los divulgadores, los que poseían la movilidad. En un mundo donde los inmensos libros yacían en templos y en monasterios, donde la teología, la ciencia y la cultura se perpetuaban en una lengua muerta, los juglares presentaron la única literatura vernácula. Desde que sus antepasados escopas rompieron la frontera este del Imperio Romano, se dispersaron por Europa y se fundieron con los mimos, son los juglares los portadores de una nueva literatura en unos idiomas cada vez más representativos. Saben entretener, son objeto de apasionadas controversias, son respetados, esperados, amados, aborrecidos. ¿Por qué no utilizar este entramado de actuaciones, artistas y versificadores en beneficio propio ahora que la épica declina? Conscientes de una tradición tan antigua como su estirpe, los trovadores decidieron utilizarla en beneficio propio. Los cortesanos supieron que no bastaba una nueva poética en lengua romance para ser trovador, que no bastaba medir, escribir y rubricar el poema, que estos rasgos revolucionarios eran estériles si no se difundía y se aventaba, es decir, si no se publicaba. Podemos decir que de algún modo los trovadores compraron la secular industria del entrenamiento levantada por los juglares y en un breve periodo de tiempo consiguieron ser los poetas más famosos e influyentes de la Edad Media.


Alquilaron a los juglares y preconizaron una poesía más artística ejercida desde la cómoda posición que otorga la riqueza y el poder. Los trovadores hicieron a los juglares dependientes de sus escritos. Aquellos componían, éstos interpretaban. El trovador se convierte en el motor inmóvil de la poesía. Tañer, tocar es considerado por él una actividad plebeya.
Desde entonces hasta ahora cunde la idea de que los juglares cantan lo que los trovadores escriben. Esta superstición está tan arraigada que la definición del diccionario de la RAE sostiene que el juglar es el chistoso o pícaro que por dinero canta, baila o hace juegos y truhanerías ante el pueblo.
Pero los juglares no sólo pusieron a los trovadores en bandeja un completo, un eficaz sistema de propagación de su obra y una forma nueva de hacer poesía, también influyeron notablemente en la temática amorosa. Según Antonio Castro Díaz, siguiendo a Menéndez Pidal, los estudios comparativos realizados entre las jarchas y la poesía de los trovadores, la influencia de la lírica arábigo-andaluza sobre la provenzal y, por ende, sobre la europea de tradición románica es innegable.
Hay quien va más allá. Para José María Bermejo y para Philip K. Hitti, la voz trovador (en provenzal trobador) se deriva de la raíz árabe <<TRB>> (Ta RA B: <<música>>, <<canción>>) más el sufijo de agente -ador, común del español: <<el que hace música o canciones>>.


Para acabar, aquellos que arguyen que la novedad está en que el trovador no se limita a escribir versos como poeta sino que casi siempre compone la música en cuya tonada han de cantarse, niegan la existencia de los bardos, los escopas, los escaldas, los guslari, los juglares, los goliardos, etc.
En lo que respecta a la vestimenta, el trovador es un cortesano y se viste como tal. Su indumentaria está adscrita a la clase dirigente. Así  se aparta del profesional del entretenimiento, que se viste de forma iconoclasta o para significar una función social específica. Otra cosa que caracteriza al trovador es su independencia económica. Dejará muy claro que ellos están libres de las servidumbres que la juglaría impone y que escriben versos y música con un alto grado de independencia artística. Nacerá el trobar clus.
Nos imaginamos al trovador vestido acorde a su calidad nobiliaria. En los fondos de indumentaria del Museo del juglar tenemos un trovador vestido con boina gualda de tela estampada y jubón de lo mismo sobre camisa blanca. Le cuelga de la espalda un ferreruelo azul marino con flores de lis. Viste calzas azules a juego con el ferreruelo y negras botas talares de piel.




El Museo del Juglar es un nuevo espacio virtual que reúne fondos dedicados a la memoria del juglar y a las manifestaciones artísticas relacionadas con la épica oral medieval, la música, el origen de las lenguas romances, la dramaturgia, los mesteres de clerecía y cortesía, las ficciones caballerescas, la picaresca y por ende extensible a cualquier expresión cultural legada por el juglar desde sus orígenes hasta nuestros días.
Es el primer proyecto a nivel mundial dedicado a la divulgación de un conjunto de referencias que destacan la importancia del juglar en la historia de la humanidad pero además es un espacio de gestión, creación y promoción de actividades culturales y educativas  ofrecidas regularmente en programaciones, así como de exaltación de efemérides, acontecimientos y anécdotas.
El Museo del Juglar cuenta con más de 2.000 piezas literarias, musicales, teatrales, iconográficas y de indumentaria provenientes de más de 60 países como señas de identidad los diversos actores culturales del Medioevo.
Cinco colecciones generales agrupan la totalidad de los fondos del Museo del Juglar, que reúne de forma heterogénea y  comparativa lo relativo al fenómeno universal de la juglaría: producción literaria, organología, representación iconográfica, prendas de vestir, cinematografía, circo, música, partituras y patrimonio oral recuperado.


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