POLEMICA REACCIONARIO. Adiós a Fidel Castro
La música que el Comandante no pudo parar, ni tampoco ella pudo parar la revolución.
La agitada controversia entre política y cultura ha marcado siempre la vida de los artistas dentro y fuera de Cuba.
"Se acabó la diversión, llegó el
Comandante y mandó a parar". No existe una expresión del catecismo
revolucionario cubano que haya hecho más fortuna que la frase capital
que Carlos Puebla incluyó en su guaracha Y en eso llegó Fidel. Retrato
de un momento crucial, la canción puso ritmo a las relaciones de las
músicas cubanas, y por extensión toda la cultura isleña, han mantenido
con el régimen. Desde entonces, casi incluso antes, no hubo ámbito
cultural cubano que evolucionara al margen de los dictados políticos de
los hermanos Castro.
¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución, ningún derecho
En el
ecuador del siglo pasado, Cuba fulgía como el gran centro de ocio del
Caribe. Por los teatros y salas de conciertos de La Habana pasaban
primeros espadas de la música internacional, en esencia norteamericana.
Aprovechaban el puente aéreo entre las dos orillas para dar recitales
vespertinos en la capital cubana y luego regresar para completar la
jornada con actuaciones nocturnas en Estados Unidos.
También
los mejores músicos cubanos acostumbraban a viajar en aviones
convertidos en verdaderas fiestas con alas. Todo empezó a desaparecer el
1 de enero de 1959: porque Cuba ya no iba a ser el burdel del Caribe,
Cuba ya no sería el casino para la fiesta de los acaudalados gringos...
porque Cuba ya no iba a vivir más del cabaré, del ron ni, ay, de la
prostitución.
Contra la Revolución, nada
Con
el nuevo gobierno revolucionario, el listón de la higiene cultural
empezó a subir pronto. Se declaró la guerra a la noche disipada, se
dificultó la vida del agitado circuito de cabarés y, en esencia, se
adoptó como doctrina oficialista una forma de hacer cultura acorde con
los tiempos de lucha que llegaban.
Fidel
Castro lo dejó bien claro con aquella frase tajante pronunciada el 30
de junio de 1961 durante la reunión convocada por su gobierno con los
autores cubanos en la Biblioteca Nacional, discurso luego difundido en
Palabras a los intelectuales: “¿Cuáles son los derechos de los
escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios?
Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución, ningún derecho”.
Para
intentar equilibrar la balanza, el mismo Comandante enumeró algunas de
las aportaciones que la Revolución hacía por el arte y la cultura.
La política de trincheras arrancó con el cierre masivo de cabarés y salas de fiesta, sobre todo en La Habana y Santiago
A
saber: nacimiento de la Imprenta Nacional y del Instituto Cubano del
Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), refundación del Ballet
Nacional, creación de la Casa de las Américas... Eran tiempos, quedó
claro, para comprometerse como artistas con la Revolución. Pero que no
todos estaban por la labor, ya lo asumió Fidel.
“¿Qué
decir de los que han renunciado a ella [la Revolución], y qué pensar de
ellos, sino con pena, que abandonan este país en plena efervescencia
revolucionaria para ir a sumergirse en las entrañas del monstruo
imperialista, donde no puede tener vida ninguna expresión del espíritu? Y
han abandonado la Revolución para ir allá. Han preferido ser prófugos y
desertores de su patria a ser aunque sea espectadores. Y ustedes tienen
la oportunidad de ser más que espectadores: de ser actores de esa
Revolución, de escribir sobre ella, de expresarse sobre ella”.
La
política de trincheras arrancó con el cierre masivo de cabarés y salas
de fiesta, sobre todo en La Habana y Santiago. También con la absorción
por el nuevo Estado revolucionario de las discográficas que hasta 1959
publicaron la incesante producción musical cubana. Sobre las cenizas de
sellos como Panart o Puchito, en 1964 nació la disquera que iba a
monopolizar la música cubana durante medio siglo siguiente: EGREM
(Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales).
Contra el 'diversionismo'
En
su catálogo se dio acomodo a todas las músicas cubanas, con especial
protagonismo de ritmos autóctonos y en detrimento de corrientes de
música moderna que llegaban del otro lado del estrecho de Florida.
Porque eso no gustaba a la dirigencia castrista, que declaró la guerra
al “diversionismo ideológico”, que fue como el régimen bautizó a las
corrientes culturales que no ajustaban sus propuestas de combate en la
isla.
Fueron los años del miedo: uno
se arriesgaba a una complicación por el simple hecho de escuchar música
en inglés, por llevar el pelo largo e incluso por vestir prendas de tela
vaquera. Hasta el jazz, quizá la música que mejor ha sabido entender el
caudal creativo de los músicos cubanos, fue considerado un sonido
contrario a la Revolución.
Bebo Valdés, Celia Cruz, Olga Guillot, Rolando Laserie, Ernesto Lecuona fueron algunos de los primeros desertores del castrismo cultural
En
La Habana quedaron varados muchos músicos que vieron desaparecer su
forma de ganarse la vida. Otros, en cambio, optaron por escapar de la
isla del caimán verde. El imponente pianista y arreglista Bebo Valdés,
la guarachera Celia Cruz, la bolerista Olga Guillot, el sabroso sonero
Rolando Laserie y hasta el aventajado compositor de lo afrocubano
Ernesto Lecuona fueron algunos de los primeros desertores del castrismo
cultural.
Y luego se marcharían
algunos más: Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval, Willy Chirino… todos
eran conscientes de que la salida de Cuba ya no tendría marcha atrás y,
en el plano meramente cultural, que sus obras no iban a ser difundidas
en la isla. Hubo que esperar hasta el verano de 2012 para que se
levantara el veto radiofónico que impedía sonar música del exilio, según
una lista negra cuya vigencia nunca se admitió.
Atrás quedaban los tiempos en los
que hasta las primeras figuras de la música cubana aceptaban maquillar
sus canciones con nuevo dogma castrista. Valga un ejemplo: en los
albores de la Revolución, el imperial Benny Moré, quizá el cantante más
querido de todos los tiempos en Cuba, se alió con el compositor Joseíto
Fernández en una interpretación en directo en los estudios de Radio
Progreso de la seminal guajira Guantanamera musicada por el segundo
sobre versos del padre de la patria José Martí.
Y
donde se decía digo se dijo Diego, entre apologías de la polémica
reforma agraria y críticas a la “anterior situación” cuando esbirros de
los dictadores Machado y Batista campaban a sus anchas.
Artistas fuera de juego
Todo
permaneció más o menos igual hasta finales de siglo, entre recurrentes
olas de represión (como el caso Padilla, emblema del anticastrismo,
cuando en 1971 el poeta Heberto Padilla fue obligado a un indigno acto
de contrición por “actividades subversivas” contra la Revolución: su
delito fue publicar el libro Fuera del juego, donde Padilla
puso en solfa las directrices culturales cubanas) y alguna concesión del
régimen (consciente del creciente impacto económico de la cultura, La
Habana permitió algunas publicaciones independientes y cierta actividad
musical por cuenta propia).
Pero la
novedad iba a llegar de España, nada extraño si se valoran los profundos
vínculos emocionales y culturales que ambos pueblos han mantenido un
siglo después del desastre colonial de 1898.
En 1991 Santiago Auserón, genuino
amigo de Cuba y de sus músicas, indagó como nadie había hecho antes en
los archivos históricos de La Habana. Con ayuda del poeta y musicólogo
Bladimir Zamora, la sorpresa no tardó en saltar: al desempolve de los
grandes nombres de la música de Cuba, de Matamoros a Sindo Garay, de
María Teresa Vera a Bola de Nieve, le siguió el renacimiento de un
compositor esencial del Oriente cubano.
Se
llamaba Máximo Francisco Repilado Muñoz, pero iba a pasar a la
posteridad como Compay Segundo por ser esa voz, la segunda, la que
aportaba al dúo Los Compadres. “A menudo la pregunta por el autor de un
son especialmente atractivo traía por respuesta a media voz el nombre de
Francisco Repilado. Al parecer, el son en Santiago, si no era de Miguel
Matamoros, tenía que ser de Repilado”, recuerda Santiago Auserón en su
bitácora de esos días cubanos.
“En
veladas organizadas por el agregado cultural de la Embajada de España,
otros músicos jóvenes, los de la banda de Carlos Varela, se asombraban
de que los españoles anduviesen tras la pista del viejo son, mientras
ellos trataban de acercarse a la sonoridad del rock internacional.
Curiosos cruces en el tiempo, provocados por el bloqueo”.
Pero no todo fueron alegrías
entre Cuba y España. En 1995 el conjunto canario Los Sabandeños publicó
Bolero, un disco concebido como punto de encuentro entre las diferentes
sensibilidades musicales (y poéticas) de América Latina en colaboración
con intérpretes y autores latinos. No hubo manera: cuando Olga Guillot
se enteró de que su versión de Vete de mí iba en el mismo disco que la
colaboración con Silvio Rodríguez en El unicornio la que se armó fue tan
gorda que, resignados, Los Sabandeños y su disquera Manzana se vieron
obligados a reeditar dos versiones diferentes del disco, una con la
Guillot, otra con Silvio.
Aún
supuraban las heridas de las noventa millas, el muro intangible que
separa a las comunidades cubanas en la isla y en el estado de Florida.
Pero ya faltaba poco para que los ritmos cubanos, la gran música cubana,
obraran un milagro.
Y llegó “Chan chan”
Todo
comenzó por casualidad. A principios de 1996, el productor británico
Nick Gold, capitán del sello World Circuit y quizá junto al actor Matt
Dillon uno de los angloamericanos que mayor cariño han demostrado por
las músicas cubanas, convenció al influyente guitarrista Ry Cooder para
viajar a La Habana con la idea de producir un álbum con músicos cubanos y
africanos. Los africanos, en esencia procedentes de Malí, nunca
llegaron a buen puerto y con los estudios de EGREM ya reservados se
improvisó una solución de urgencia.
La masiva repercusión internacional de Buena Vista Social Club ayudó a la reconciliación de las generaciones más jóvenes con su patrimonio musical tradicional
El músico y
productor Juan de Marcos González, líder del grupo Sierra Maestra, se
encargó de reclutar a los supervivientes de la época dorada de la música
en La Habana. El invento se tituló Buena Vista Social Club, se
convirtió en el disco de música tradicional más vendido de todos los
tiempos y, a la postre, ofreció un sincero rescate en vida a músicos
como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Cachaíto López, Rubén González,
Omara Portuondo… medio mundo bailó Chan chan, La Habana empezó a
recibir a turistas musicales, no hubo ciudad sin Casa de la Trova y
visitantes europeos, con la piel colorada como cangrejos, se atrevían
con aquel “de Alto Cedro voy para Marcané, llegó a Cueto voy para
Mayarí”.
Cuba, o al menos la música
de Cuba, se abría al mundo, como había pedido el papa Wojtyła en su
histórica visita a la isla comunista en 1998. Aunque todavía quedaba
demasiado camino por recorrer, muchos bloqueos por tumbar. Cierto es que
la masiva repercusión internacional de Buena Vista Social Club ayudó a
la reconciliación de las generaciones más jóvenes con su patrimonio
musical tradicional, pero el daño de tanto odio seguía latiendo.
Nadie quiere la música del padre, muchos se rinden al pop inofensivo antes de apreciar el rancanchán
Este
cronista fue testigo, en varias ocasiones en La Habana y en lugares
rurales del interior de la isla, de conversaciones inauditas: los
jóvenes cubanos estaban más pendientes de los últimos éxitos de Spice
Girls, Ricky Martin o Celine Dion que de los bolerones de María Teresa
Vera, del filin de Portillo de la Luz o del cha cha chá de Jorrín. Signo
de los tiempos, muy parecidos en todo el mundo: nadie quiere la música
del padre, muchos se rinden al pop inofensivo antes de apreciar el
rancanchán, término escuchado a veces en Santiago para humillar al
atlético son montuno.
Palabra de Pablo
En
el debate sobre cultura y política en Cuba con frecuencia se echó de
menos la palabra del intelectual, del artista. Algunos de los primeros
nombres cubanos adoptaron un perfil discreto a la vista de los
antecedentes. Otros, en cambio, no esquivaron el debate. Pablo Milanés
condensó en 2008 la poca confianza que su generación tiene en la
política cubana. En conversación desde Vigo, el autor de Yolanda
argumentó su desánimo: “No confío ya en ningún dirigente cubano que
tenga más de 75 años. Todos pasaron sus momentos de gloria, que fueron
muchos, pero que ya están listos para ser retirados”.
“Hay
que pasar el testigo a nuevas generaciones para que hagan otro
socialismo, porque este socialismo ya se estancó, ya dio todo lo que
podía dar, momentos de gloria, cosas imperecederas que aún perviven en
la memoria y en los hechos cotidianos del cubano, pero tenemos que hacer
reformas en muchísimos frentes de la Revolución, porque nuestros
dirigente ya no son capaces. Sus ideas revolucionarias de antaño se han
vuelto reaccionarias y esa reacción no deja continuar, no deja avanzar a
la nueva generación que viene implantando un nuevo socialismo, una
nueva revolución que hay que hacer en Cuba”.
El penúltimo encontronazo entre
política y cultura cubanas tuvo lugar en La Habana durante un festival
musical celebrado en septiembre pasado ante la tribuna anti-imperialista
del malecón y que era transmitido por televisión para todo el país.
Desde el escenario, el compositor y pianista Roberto Carcassés, uno de
los puntales de los nuevos músicos cubanos, tomó el micrófono para
improvisar sobre la situación que viven los jóvenes de su generación.
“Elegir
al presidente por voto directo y no por otra vía, con libre acceso a la
información para tener yo mi propia opinión, que se acabe el bloqueo y
el autobloqueo, por favor y ni militantes ni disidentes, todos cubanos
con los mismos derechos”, cantó Carcassés. La dura reprimenda oficial no
se hizo esperar: el pianista fue suspendido de licencia para actuar en
la isla y sólo la intervención de Silvio Rodríguez logró que la sanción
fuera revocada una semana después.
Peor
le había ido al músico punk Gorki Águila, líder del grupo Porno para
Ricardo, que permaneció encarcelado entre 2003 y 2005 oficialmente por
consumo y tráfico de drogas. Águila ya había participado en la película
española Habana blues.
La guerra del Imperialismo o del rap?
Por
ahora, el episodio más reciente de la cultura como campo de batalla
para el disenso entre Cuba y Estados Unidos se cantó a ritmo de rap. Los
Aldeanos es un dúo compuesto por los músicos Aldo Rodríguez y Bian
Rodríguez. Con gran audacia han pergeñado lo que podría ser una crónica
sucia de La Habana a golpe de hip hop.
En 2009 su canción La naranja se picó
denunció como nadie hizo antes el férreo timón de Fidel Castro: “Su
final llegará, la gente está viendo su mariconada. Hablan de libertad,
esencial punto. Cabrón, viendo tu televisión no se conoce mundo. No con
un régimen autócrata sin salida, que te dice qué tienes que decir y qué
hacer con tu vida”.
Y
cuatro años después, otra canción inflamable (esta vez una versión con
rap añadido de Hermosa Habana, clásico del conjunto de música doo-wop
de los años sesenta Los Zafiros), volvía a incidir en la denuncia sin
tapujos: “Oh, mi Habana, no sé si es tu malecón una distracción o una
extensa oficina de inmigración. Son adorables tus paisajes, tus hoteles,
tus ocultos burdeles para maridos infieles. Mi Habana, la que ha
cambiado al Che Guevara por dinero, ahorita sale a la venta una foto de
él en cueros”.
Pero en Cuba casi nada
es lo que parece, o al menos aquí hay espejismos para todos los gustos
políticos. Una investigación de Associated Press reveló que Los Aldeanos
y algunos otros nombres de la escena musical cubana (entre ellos,
Silvito Rodríguez, sí, el hijo del cantautor) habían sido tanteados por
la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID)
para promover críticas al régimen castrista y alentar lo que la
inteligencia americana definió entonces como una vía de “revolución
democrática”. Fue como volver a la casilla de salida de las difíciles
relaciones entre política y cultura en Cuba.
Nada
nuevo bajo el sol en una isla en la que ningún comandante pudo parar el
alma zumbona de la música cubana. Como en una vieja canción,
continuará… quizá a ritmo de bolero: "Voy viviendo ya de tus mentiras,
sé que tu cariño no es sincero, sé que mientes al besar y mientes al
decir te quiero. Me resigno porque sé que pago mi maldad de ayer".
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